SÁNDWICH, CEBOLLAS Y VIAJES
- Pablo Mauricio Bustamante Salinas
- 6 mar 2024
- 3 Min. de lectura

Estoy caminando bajo una ligera llovizna nocturna mientras las gotas recorren mis lentes. Mis pasos avanzan por la acera de una avenida que he recorrido en muchas ocasiones antes, algunas veces con prisa y otras más pausadamente. Observo el sándwich de huevo que sostengo en mi mano izquierda, le doy un mordisco y rememoro ese sabor que mi paladar ha experimentado durante años. Este sándwich, sin haber sido concebido con ese propósito, se convierte en mi máquina del tiempo. Algo en él provoca que un vestigio del pasado se transforme en la visión de un niño que cruza junto a mí, rozando casi mi pierna. Me reconozco a mí mismo, corriendo apresurado para comprar una hamburguesa en el puesto de la casera de la rotonda. En su mano lleva unas monedas que su madre le ha dado minutos antes. Después de unos instantes, se desvanece, transformándose en un sutil eco del pasado.
Pienso en que la casera es la misma de hace varios años, sí, es ella. Pero al mismo tiempo, ya no lo es. Hoy le pregunté por su hija y por el hijo que tuvo hace un par de meses. De niño, no me habría preocupado por ello, tampoco tenía razón para hacerlo. Nada de eso existía aún, o tal vez sí. Mi mente comienza a preguntarse si acaso todo está predeterminado, destinado, o si realmente influye nuestra presencia en estos lugares. Mientras doy otro mordisco, elijo creer que tenemos la posibilidad de elegir nuestros caminos.
El sonido de mis masticadas se entremezcla con el de mis pisadas, pasos que hoy cumplen cuatro décadas en mi caso. Quizás eso dice algo de mí. Ha pasado ya un tiempo suficiente para conocer, hacer y sentir cosas. Para haber optado por recorrer este mundo con una cámara en la mano, a veces capturando imágenes fijas y otras en movimiento. También he dedicado suficientes horas a dar clases, cumpliendo así mi deseo de niño que surgió al revisar trabajos junto a mi madre. Ahora, imparto mis propias clases.
Observo mi sándwich y finalmente percibo aquello que evoca mis recuerdos. La casera siempre ha tenido algo que no encuentro en otro lugar: su cebolla en escabeche. Sé que hay quienes puedan odiarlas, pero yo adoro ese sabor y comprendo un motivo más profundo que sus matices en el paladar. Es un punto de conexión con mi yo infantil, con el niño que sueña mientras observa el cielo, el que ve películas en un viejo televisor blanco y negro y aún no comprende por qué le atraen tanto. Es el mismo niño que empezó a usar computadoras para poder jugar, ya que nunca tuvo una consola propia. Aquel que descubrió Internet porque su madre lo inscribió para aprender algo nuevo que ella había adquirido en su maestría de investigación. Analizo mi sándwich perdido en mis pensamientos, algo que muchos han visto a lo largo de los años: un niño, un adolescente, un joven y un hombre desconectado de todo, absorto en cosas que pueden parecer simples, absurdas o insignificantes.
Mis últimos bocados son lentos, tal vez en un esfuerzo para que el sándwich no se acabe. Unas letras luminosas en una pantalla me sacan del trance: "¿Cómo fueron tus clases?". Bien, pienso, creo que estuvieron bien. Respondo enviando un par de audios mientras intento retener ese momento en mi cerebro para narrarlo después, ahora. Pienso en cómo todo eso se transmite a través de un dispositivo que cabe en un bolsillo, algo que había soñado mucho tiempo atrás mientras jugaba "The Dig" en una antigua computadora. Pienso en el Sagem, los Nokia, el Sony, Samsung y ahora Xiaomi que han ocupado ese lugar. Los cientos, miles o millones de textos, voces e imágenes que han circulado en todo este tiempo, de una persona a otra, de un grupo a otro. Todo resumido en un nuevo mensaje que ilumina la pantalla, ahora plana y vertical, que dice: "Ohh, qué interesante".
El último bocado ingresa a mi boca, lo mastico lentamente mientras noto que la lluvia ha cesado. Al tragar, decido que debo expresar mi agradecimiento a todos los que, de una u otra forma, han cruzado sus caminos con los míos, ya sea para bien o para mal, por más o menos tiempo, con mayor o menor intensidad. Todos forman parte de las horas, días, meses y años que han culminado en mí pensando en esta idea. Si estás aquí, gracias. Si ya te fuiste, gracias y hasta pronto.
Limpiando mis labios de restos y migajas, pienso en lo curioso que resulta que un sándwich de huevo pueda inspirar tantas reflexiones. Larga vida a mi casera por regalarme, sin saberlo, este delicioso viaje.
Larga vida a tu casera y a vos